jueves, 21 de agosto de 2008

RETRATO DE UN HOMBRE

Escucho a una familia, situada cerca de mí en la playa, una buena historia.

La mujer cuenta que un buen día encontró a una vecina encerrada en la terraza. “Me he quedado encerrada”, le dijo. “Y tengo la comida puesta. Por favor, llame a mi marido”. Lo de que tenía la comida puesta lo repitió un par de veces.

El caso es que la mujer llama al marido de su vecina. “Y se ha quedado encerrada en la terraza”, es el propio marido quien concluye la historia. “Pues yo no voy”, añade, para estupor de la mujer. “Ella verá lo que hace”.

La mujer sale y con voz indecisa dice: “Verá, señora, que dice su marido que no viene”.

“¿Cómo que no viene?”, repite ella varias veces, indudablemente escandalizada.

A todo esto, hay unos niños de por medio; imagino que, si no eran capaces de abrir la puerta de la terraza, debían ser pequeños. La mujer afirma que alguien les daba agua “desde arriba” con una botella colgada de una cuerda “para no oírlos llorar”. Esta parte es un poco confusa.

Al cabo de un rato, la vecina le pide que vuelva a llamar al marido. “Yo ya estaba enfadada”, comenta la mujer a sus familiares en la sombrilla.

Así pasa la historia, y al rato comienzan a hablar de otra cosa.

Yo no puedo dejar de pensar en ello durante unos minutos. Lo más singular, sin duda, es la figura del marido. Una figura mítica. Lo mejor, no obstante, debió ser el encuentro tras el regreso del hombre del trabajo. Una escena para grabar y guardarla eternamente. Lástima que no haya testigos.

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